Autor: Administrador
Temática: General
Descripción: Secuestro Hochschild Luis Adrian R. 6 Patricio Barros Sus oídos tampoco escuchaban el crujir de los arbolillos sacudidos por el fuerte viento, ni el ruido del agua de la lluvia al golpear sobre el pavimento, y que, por la enorme cantidad, ya corría como un pe- queño torrente por las cunetas de la calle, pues sus oídos sólo escuchaban los tañidos lúgubres de un reloj al anunciar la medianoche... Oía... Claro... Clarísimo... Oía los golpes de un badajo al dar en la campana las doce. Pero era el sonido de la campana de un pequeño reloj. De un reloj que estaba col- gado en la pared de una oficina, que al tiempo de servir como despacho al secretario del Regimiento "Calama", del cuerpo de carabineros, también hacía las veces de sala de espera para ingresar al escrito- rio del comandante de la mencionada unidad. "Tres... Cuatro"... Contaba Luis, que se hallaba sentado frente a la pared donde se encontraba suspen- dido el relojito de líneas modernas y que funcionaba eléctricamente, contrastando así con todos los muebles de diseño antiguo y calamitoso estado de deterioro que amueblan la pieza. "Cinco... Seis"... El reloj estaba anunciando con doce notas de su carillón la llegada de la medianoche del 15 de agosto de 1944. "Siete... Ocho"... Inconscientemente este hombre – que como única indumentaria llevaba un pantalón gris y una camisa del mismo color, y en cuyo rostro se podían ver las huellas de un cansancio tremendo por la falta de sueño de innumerables horas – contaba los golpes de la campana del reloj. "Nueve... Diez"... Luis seguía contando las campanadas del pequeño reloj, y sin notar había subido el tono de su voz, y cuando llegó a los "diez" un sargento de carabineros que se encontraba parado en el umbral de una puerta – que daba a un corredor de una obscuridad lóbrega, y por donde pocos minutos antes habían entrado – susurró: – "Chist... Chist"... – al mismo tiempo que abriéndose la puerta del despacho del Comandante entró un río de luz que por un momento hizo cerrar los ojos tanto a Luis como a los soldados armados que flan- queaban a éste. – "Tráiganlo"... – fue la escueta orden que se dejó escuchar del otro cuarto. La voz podía haber sido de cualquiera, pues en ese momento el prisionero no la había escuchado, y después de pasar unos segundos en sepulcral silencio el sargento que estaba a cargo de la guardia fue el primero en reaccionar, empujando fuertemente al custodiado hacia la puerta por la que penetraban los deslumbrantes rayos de luz eléctrica. El empellón fue tan brusco, que la entrada del hombre vestido de gris a la habitación contigua fue en absoluto carente de las ceremonias que las circunstancias exigían. Cuatro potentísimas lámparas de escritorio, enfocadas a la puerta, hacían materialmente imposible el ver cuántas personas se encontraban en esa boca de lobo que era la pieza, y por supuesto aún más imposi- ble el identificar a quienes se encontraban presentes. "¿Dónde estaban?... ¿Cuántas eran?... ¿Quiénes eran?"... Fueron las preguntas que rápidamente fustigaron la mente del hombre que todavía no podía recuperar completamente su equilibrio y que se tambaleaba de un lado al otro, pero fueron preguntas que no tuvieron respuesta alguna. Simplemente fueron preguntas arrojadas a un pozo negro y sin fondo que en ese momento era la mente de este hombre. Por fin, después de estabilizar sus pies sobre el suelo, el hombre, cuya entrada fue tan tragicómica, le- vantó su agachada cabeza, y haciendo girar los ojos de derecha a izquierda y luego volcando la cabeza íntegramente de un lado para otro, hacía esfuerzos inauditos por romper esa cortina de oscuridad que tenía detrás de las lámparas. Eso es, entre su persona y... El "y" era todavía el factor desconocido que seguía atormentando sus cinco sentidos, pues hasta este momento todo parecía ser una jugarreta de las que acostumbran a hacer en colegio al novato, que tiene que pagar con sustos y sinsabores su iniciación.